jueves, 7 de abril de 2011

El libro de la vida de Ángela de Foligno

Ángela  de Foligno, es catalogada como maestra de maestros, maestra de los teólogos y mística por antonomasia, al igual es considerada como fuente importante de aspectos doctrinales de Santa Teresa, las dos son catalogadas como las grandes reinas en el reino de la espiritualidad.
         El libro de Ángela está compuesto por tres partes, una donde relata su vida a Fray Arnaldo. La segunda parte del libro son cartas, notas y exhortaciones que Ángela mando a sus oyentes  espirituales. La tercera parte, se relata los escritos de los últimos años de vida, su testamento y el relato de su muerte. Aquí solo resumiré algunos pasos de su primera parte hasta llegar a la aclaración de Fray Arnaldo.
          La experiencia para Ángela es una palabra muy fuerte, ya que lleva consigo la “visión, la escucha, toque y abrazo, comunión y vivencia, disfrute y éxtasis de  lo divino”[1]. Para Ángela, la experiencia no es lo que entendemos por intuición a Dios, el descubrimiento de Dios, ni la creación, es mucho más que todo esto. Ángela habla de una experiencia mística, como una percepción sentida en el alma del justo  que es vivida por medio de Dios. Ángela sintetiza la experiencia mística como “una iluminación rebosante, inmediata de Dios y de sus misterios;  un contacto personal dinámico y gozoso con esa fuente de todo ser y toda vida; es sentir y vivir la presencia de Dios; es la absorción intuitiva y amorosa del espíritu en Dios por una gracia especial”[2].
          En la parte del prologo Ángela dice, que la experiencia para el verdadero creyente es la cual toca la mano de Dios, del verbo de vida que hizo carne. El que el mismo promueve el evangelio, el tipo de experiencia que propone es la doctrina que describe en todo su libro con treinta pasos que el alma realiza hacia el camino de la penitencia.
          El primer paso consiste en el conocimiento del pecado, se conoce por el temor a infringir los mandamientos y ser condenada al infierno, dice Ángela.
          El segundo paso. La confesión, en la cual el alma siente vergüenza, la amargura y solo siente dolor antes del amor. Ángela considera que muchas veces comulgaba y al mismo tiempo estaba pecando porque no hacia una confesión completa, de esta forma se sufre con una tortura de conciencia. “De esta forma el alma experimenta vergüenza y no amor sino dolor”[3]
          Tercer paso. Es la penitencia, lo que hace el alma para complacer a Dios.
          Cuarto paso. Es el conocimiento de la divina misericordia, esto es pues, cuando llega a conocer el mal, y Cristo es misericordioso de ella y arranca el pasado doloroso y su alma comienza a ser iluminada, pero llora por el pasado y sus penitencias son más duras.
          El quinto paso. Es el conocimiento de sí. El alma un poco iluminada, solo logra reconocer sus defectos y se considera acreedora al infierno.
          El sexto paso. Es la iluminación  por la cual se tiene conocimiento de todos los pecados, “Interiormente me volvían a la mente los pecados como en la confesión que hacía de ellos delante de Dios”[4].
          El séptimo paso. Se  le concede ver la cruz, tiene visiones de Cristo.
          El octavo paso. Es, al ver a Cristo crucificado, reflexiona sobre la muerte que Cristo pago por nuestros pecados.
          El noveno paso. Ángela relata que “Dios le concedió la gracia de buscar el camino de la cruz, para poder estar a sus pies”[5].
           Decimo paso. Pidió a Dios poder realizar lo que más le gustaba, y el cómo bondad, varias veces durmiendo y despierta se le apareció en la cruz, mostrándole sus heridas y diciéndole “¡Todo esto padecí por ti!”[6] Ángela relata que al escuchar eso le venían a la mente sus pecados cometidos y sufría a un más.
          Paso undécimo. Por lo que se acaba de mencionar en el anterior paso, eventualmente se propone hacer más ásperas las penitencias.
          El fraile amanuense, comenta que de estos pasos en adelante los escritos comienzan a ser más admirables ya que más tarde conoció sus penitencias.
Nuevas sensaciones
          Paso duodécimo. Ángela comprendió que no podía hacer sus penitencias si estaba  involucrada con el mundo. “No podía hacer  una penitencia suficiente, turné la decisión de abandonar absolutamente todas las cosas, para hacer una penitencia y llegar a la cruz, como me había sido inspirado Dios”[7].
           Paso decimotercero. Ángela relata, “Entre en dolor  de la  Madre de Cristo y d San Juan y les pedí que me alcanzaran un signo seguro de que siempre y continuamente tendría presente en la memoria la Pasión de Cristo”.[8] En este paso relata que en un sueño le fue mostrado un corazón de Cristo.
          Decimo cuarto. Nuevamente tiene una aparición de Cristo en la cruz, la llamo y puso su boca en uno de sus costados y le dio de beber sangre, “su sangre que brotaba viva de la herida, y me hacia comprender que de esta manera me hacia pura”[9].
          Decimoquinto. Pidió a San Juan y a la Madre de Dios que siempre tuviera la gracia de sentir la Pasión de Cristo. Relata que de alguna forma se lo hicieron sentir, ya que alguna vez tuvo un dolor tan fuerte que nunca había tenido.
          Decimosexto. Comenzó a tener cierta bondad divina, una vez experimento que al rezar “por un lado gemía por mi indignidad y por mis pecados que se me manifestaban, por otro experimente un gran consuelo”[10].
          Decimo séptimo. Experimento que la virgen María le dio la gracia, le fue dada “una fe muy distinta a la que tenia”[11].

 El sentimiento de Dios
          Decimoctavo. Plantea que experimento el sentimiento de Dios, decía que cuando hacia una oración se le olvida comer” y hubiera deseado no tener necesidad de comer para poder quedarme en oración”[12].
          Decimonoveno. Después del consuelo y visión que experimento en el padre nuestro, tuvo un consuelo con dulzura de Dios. Una vez mientras contemplaba de pie  la divinidad de Cristo sola en la celda en la que estaba, se desvaneció y perdió la palabra, su compañera pensó que había muerto.
          Vigésimo. Fue a San Francisco de Asís y en el camino se cumplió la promesa, se encontró a un señor el cual estaba enfermo pero gracias a las exhortaciones de Ángela sano por la gracia de Dios, “deseaba hacer junto conmigo la donación de todos sus bienes a los pobres, por eso yo la esperaba. Más tarde lamentablemente ese hombre murió durante el viaje, y me fue relatado que su sepulcro era muy venerado y que Dios había obrado milagros por su intercesión”[13] . Ángela relata que este señor realizo la donación a los pobres de sus riquezas y que poco después murió.

 Los siete pasos suplementarios
El indigno fraile escribió estos pasos como suplementarios, porque después del decimonoveno paso le fue difícil numerar con claridad otros pasos.
            “El primer paso, que sigue después de lo anterior, es la admirable revelación de la divina familiaridad, de los diálogos y de las enseñanzas de Dios”[14]. Estas son palabras que dice el fraile Arnaldo al revelar el primer paso y seguir hasta el séptimo de los pasos suplementarios.
          El segundo paso, contiene la entrega y el poder de ver a Dios.
          El tercer paso, esta la revelación de la enseñanza divina ya con testimonios captados por el espíritu. “Ahí se enseña cómo son verdaderos hijos de Dios los que buscan conocer quien sea ese Dios su padre […] y lo hacen porque quieren agradecérselo y agradarle”[15].
          El cuarto paso. Incluye la revelación de la bajeza, la transformación y de la confirmación divina. Ángela revela como vio al mundo de forma pequeña a comparación de Dios.
          El quinto paso. La revelación de la unión con Dios.
          El sexto paso. Los padecimientos que Ángela pasó en el cuerpo y el alma, provocadas por demonios.  Este paso y el siguiente en conjunto son los mejores según el fraile.
           El séptimo. Revela el fraile lo que pregunto a Ángela y dice, “pregunte a la siervo de Cristo si las cosas descritas en el séptimo paso tienen para el alma mayores atractivos que las precedentes, ella contestó […] Todo lo que digo, me parece una blasfemia. Poe eso me sentí del todo enferma cuando me preguntaste si tiene más atractivos que lo descrito hasta aquí, y contesté de esa manera. Este altísimo paso corre junto al sexto por algún tiempo. Poco a poco el sexto desaparece y queda el séptimo”[16].

Aclaración de Fray Arnaldo
Fray Arnaldo dice que después de estas premisas, el relato que sigue  inmediatamente, convendría insértalo en el paso vigésimo, pero lo primero que escribió lo escribió en una hoja de papel de manera informal porque creía seria poco lo que escribiría porque no le creía muy bien a Ángela y se supone que perdió los primeros escritos. Tiempo después, creyó en ella y le pregunto a Ángela lo que le fue revelado para poder escribirlo en un cuaderno grueso. Fray Arnaldo relata que el motivo que le obligo a escribir fue que la sierva de Cristo fue a San Francisco de Asís y sentada en el umbral de la puerta de la iglesia grito fuertemente y cada pregunta que el Fray le hacía con “inspira don de Dios, la respuesta fluía ordenada. Era la gracia de divina que obraba maravillosamente, más allá de cuanto pudiera esperarse”[17]. Cuenta el fraile que muchas veces omitió escrituras por temor a los frailes que le eran contrarios. Y que también fue reprendido por el padre guardián y por el padre provisional y le prohibieron la redacción porque no sabían lo que escribía.
         Tiempo después, Fray Arnaldo le pregunto a Ángela, que había sido lo que la impulso a ir a San Francisco de Asís, ella le contesto que “había pedido al bienaventurado San Francisco que rogara a Dios por ella y le alcanzara la gracia de sentir a Cristo”[18] que quería practicar la regla franciscana  de vivir y morir pobre. 

Oscar Barragán Solís
UAEM



[1] Ángela de Foligno, El libro de la vida, Traducción y notas de Fray Contardo, Editorial Franciscanas Conventuales, Buenos Aires, p.5.
[2] Idem
[3] Ibid, p.12.
[4] Ibid, p.13.
[5] Idem
[6] Idem
[7] Ibid, p. 14.
[8] Idem
[9] Idem
[10] Ibid,p. 15.
[11] Idem
[12] Ibid,p. 16.
[13] Ibid, p. 17.

[14] Ibid, p. 18.
[15] Idem
[16] Ibid, P.19.
[17] Idem
[18] Ibid, p. 20.

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