martes, 16 de abril de 2013

La referencia al mito de la caverna en las Confesiones de San Agustín como justificación a su desconocimiento de lo verdadero y cierto

La referencia al mito de la caverna en las Confesiones de San Agustín como una justificación a su desconocimiento de lo verdadero y cierto


 
San Agustín escribe sus confesiones por el año de 397, siglo IV d. C., lo que podría considerarse su autobiografía, con un estilo nuevo en el que “el proyecto de narrar la vida deja paso a preocupaciones metafísicas y religiosas, en las que el autor busca menos exponer su propia historia que satisfacer su vida religiosa y despertar en sus lectores el sentimiento religioso que en sí mismo experimenta.”[1] Este sentimiento religioso está encaminado también a plantearse las preguntas de donde viene el conocimiento o las cosas que se consideran verdaderas, ya que siguiendo la vida de San Agustín, este tardo en convertirse y seguir la religión, ya que llevaba una vida libre,  y de lectura y aprendizaje; también la lectura de Hortensius de Cicerón lo cambio dando un giro o encaminándola a la filosofía, esto lo exclama hacia Dios: “Porque en ti está la sabiduría. El amor de la sabiduría lleva el nombre griego de filosofía; en ese amor me inflamaban aquellas páginas.”[2] Por lo anterior, San Agustín entra al maniqueísmo[3] y es atraído por éste hasta que reencuentra su rumbo hacia Dios.
Lee de Aristóteles las Diez Categorías, y por ende tuvo que haber leído a Platón. También leyó y entendió sin maestro alguno lo que se refiere a la lógica, la geometría, la retórica y la música, pero a la vez se preguntaba: “¿De qué me servía leer y entender por mí mismo todos los libros que podía encontrar sobre las llamadas artes liberales, si seguía siendo entonces esclavo de mis sórdidas ambiciones?”[4] Así la respuesta que el mismo da es que: “Yo las leía con deleite, pero no sabía la fuente de donde manaba lo que había en ellos de verdadero y cierto”[5] y siguiendo su idea es cuando entra en una explicación o justificación del porque no sabía que en ellos no estaba lo verdadero y cierto: “Tenía mi espalda vuelta a la luz y mi cara hacia las cosas iluminadas por ella. Por eso, mi rostro, que veía las cosas iluminadas, seguía en las sombras.”[6] Esta última explicación del por qué él no sabía lo que había hasta ese entonces de verdadero y cierto en que lo hasta el momento había leído es una clara referencia al mito de la caverna contado por Sócrates.
El mito de la caverna se encuentra ubicado en el capítulo VII de La Republica, siendo expuesto por Sócrates en los fragmentos del 514a y hasta el 521a pero para efectos de tener una mayor simplificación de éste se puede citar de forma descriptiva como un lugar:
“subterráneo rectangular en que los espectadores están sentados de espaldas a la puerta y de cara a una pared. Detrás de ellos, a cierta distancia y en plano algo superior –pero dentro del local-, hay un fuego encendido, y entre el fuego y los espectadores corta transversalmente la sala un camino algo elevado al lado del cual –entre el camino y el público- discurre, también trasversalmente, una mampara tan alta como un hombre. De este modo, al pasar personas cargadas por el camino, tan solo serán proyectadas por el fuego sobre la pared del fondo las sombras de las cargas que ellos transporten, pero no sus propias sombras. Además la pared del fondo tiene eco, de modo que las palabras pronunciadas por los porteadores parecen venir de ella …[7]

A la anterior representación del mito de la caverna cabe añadir que a lo largo de la caverna y después del fuego encendido se extiende una rampa que lleva hacia la salida de la caverna donde se puede salir a luz del sol, así lo expresa el mismo mito: “morada subterránea en forma de caverna, que tiene la entrada abierta, en toda su extensión, a la luz.” [8] Así el mito cuenta con diferentes actores que representan la naturaleza de la educación y la falta de ella, pero refiriéndose al conocimiento que poseen los hombres con respecto a lo que les rodea y por tanto a la habilidad que posee el hombre de aprender, pero siguiendo un camino. Lo anterior es lo que en líneas dice San Agustín en sus confesiones, que él no había visto la luz, no tenía el conocimiento de lo verdadero y cierto, que aún no había visto la luz de Dios que le señalará la verdad de la cosas que le rodean, pero una verdad dada por Dios, aún no había dado la vuelta a su rostro para ver las cosas y no verlas en la penumbra, ya que solo veía cosas falsas y no las verdaderas cosas de Dios.
El mito de la caverna está presente en este pasaje de las Confesiones de San Agustín y con la misma interpretación de poder alcanzar el conocimiento que se encuentra en la luz fuera dela caverna, siendo este conocimiento dado únicamente por Dios.



[1] San Agustín, Confesiones, vers., introd., y notas de Francisco Montes de Oca, 19ª , Porrúa, México, 2012, p. XXI.
[2] Ibid., p. 43.
[3] Ibid, p. 45, siguiendo la nota 13 “El maniqueísmo , es en parte ajeno al cristianismo y constituye, por tanto, una nueva religión. Una religión que tendrá expansión universal….de manera que el maniqueísmo ofrece a los neófitos como una explicación plena, que resuelve los problemas religiosos y profanos, como un saber absoluto, donde todo está definitivamente integrado. No es de maravillar que sedujera a la incauta inteligencia de Agustín.”
[4] San Agustín, Confesiones de un pecador, Tr. de Pedro Rodríguez de Santidrián, Extracto de Confesiones, Taurus, México, 2012, p.36.
[5] Idem.
[6] Idem. Véase también lo que dice la obra: San Agustín, Confesiones, vers., introd., y notas de Francisco Montes de Oca, 19ª , Porrúa, México, 2012, p. 75, para este mismo fragmento: “Y es que tenía la espalda vuelta a la luz y el rostro dirigido a las cosas iluminadas; de ahí que mi rostro, que contemplaba los objetos iluminados, no estuviese iluminado el mismo”. Ambas hacen referencia al mito de la caverna contado por Sócrates en el Dialogo de la Republica.
[7] Véase la nota 1 del capítulo VII de obra: Platón. La Republica, introducción de Manuel Fernández-Galiano, trad. de José Manuel Pabón y Manuel Fernández-Galiano, 9ª reimp., Alianza Editorial, Madrid, 2011, p. 405.
[8] Platón. “La Republica” en Platón. Diálogos, Gredos, Madrid, 2011, p. 222, 514a

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