lunes, 2 de abril de 2012

Paganismo contra cristianismo

Decir que la reacción pagana ante el temprano cristianismo fue de hostilidad y rechazo es decir poco. Las arremetidas contra la, entonces, religión nueva, fueron siempre agresivas aunque no del mismo tipo. Contra el cristianismo desfilaban en la Roma del segundo siglo el rigor y la calumnia. La erudición y el desprecio. La furia de los envites sorprende. Sorprende más que “[esta comunidad] sacrílega de personas ignorantes extraídas del lumpen de la sociedad romana”[i] haya sobrevivido a ellos.
La calumnia
El ataque del vulgo pagano en los siglos primero y segundo fue venenoso:
Oigo decir que, por no sé qué estúpida persuasión, adoran, elevada a categoría divina, la cabeza de un asno, bestia torpísima: culto digno y como de tales costumbres nacido. Otros cuentan que dan culto a las partes pudendas del propio sacerdote que los preside, y que vienen como a adorar la natura de su padre. Ignoro si la sospecha es falsa; lo cierto es que se presta a maravilla a sus ritos ocultos y nocturnos. Y los que nos hablan de un hombre castigado por criminal al último suplicio y de los fúnebres leños de la cruz como objeto de su religión, les atribuye los altares que convienen a hombres perdidos y criminales: adoran lo que merecen. Pues sobre la iniciación de sus neófitos corre un rumor tan detestable como sabido. Al que va a iniciarse en estos ritos, se le pone delante un niño pequeño, cubierto de harina, con lo que se engaña a los incautos. El novicio, invitado a descargar unos golpes que, gracias a la superficie de harina, tiene por inofensivos mata a ese infeliz niño con ciegas y ocultas heridas, y ellos, ¡qué horror! Lamen ávidamente la sangre y se reparten a porfía entre sí sus miembros. Con esta víctima sellan entre sí su alianza; la conciencia de este crimen es prenda del mutuo silencio tales ritos son más horrorosos que todos los sacrilegios. Y conocido es el banquete que celebran de él habla a cada paso la gente. Testigo también el discurso de nuestro ilustre hijo de Cirta. En día señalado se juntan a comer con todos sus hijos, hermanas, madres, hombres de todo sexo y de toda edad. Allí, después de bien hartos, cuando los convidados entran en calor y el hervor de la embriaguez encendió la pasión incestuosa, echan un pedazo de carne a un perro que tienen allí atado a un candelero más allá del alcance de la cuerda y así le provocan que salte impetuoso. De este modo derribado el candelero y a pagada la luz, que pudiera ser testigo, entre impúdicas tinieblas, se unen al azar de la suerte y con no decible torpeza. Y si no son todos de hecho incestuosos, todos los son igualmente en conciencia, pues todos tienden por el deseo a lo que pueda suceder en el acto de cada uno.[ii]
Sigo la opinión de Blázquez[iii] cuando digo que no hay motivo para considerar estas acusaciones como algo más que calumnias. No se sigue por ello que tales, carezcan de potencia para demoler lo que atacan.
El rigor.    
                                                                                                                                                                      No más peligroso, aunque sí más concreto e inmediato fue el ataque del Gobernador de Bitinia y amigo del emperador Trajano: Cayo Plinio. A comienzos del siglo II escribía:
De modo provisional, respecto a aquellos a los que se me denunciaba como cristianos he seguido esta norma. Les pregunté a ellos mismos si eran cristianos. Cuando lo confesaban por segunda y tercera vez les amenacé con la pena capital; cuando perseveraban les mandé ejecutar. Pues no tenia duda de que, fuese cual fuese lo que confesaban, se debía castigar ciertamente su pertinacia y su inflexible obstinación. Hubo otros con una locura similar a los que, dado que eran ciudadanos romanos, di orden de que fueran enviados a Roma. Después, por la misma evolución de los hechos, como es costumbre, el proliferar las acusaciones se prestaron muchas situaciones peculiares. [iv]
El desprecio.      
                                                                                                                                 
El filósofo estoico Epicteto, originario de Hierápolis en Frigia, vivió en Roma hasta la expulsión de los filósofos decretada por Domiciano y fijó su residencia en la ciudad de Nicópolis, de Epiro. En sus Dissertationes  (4,7.6) cita de pasada a los cristianos, a los que no considera libres por su modo de ser. Probablemente los cristianos son presentados como un ejemplo de comportamiento bueno de por sí, pero no resultado de la razón sino próximo al de los tontos.[v]
La narración de Luciano es otro ejemplo de la forma en que se veía a los cristianos en aquel tiempo:
Y es que se han persuadido estos infelices, en primer lugar, que han de ser absolutamente inmortales y vivir para siempre, por lo que desprecian la muerte y el vulgo se entrega a ella voluntariamente. Luego, su primer legislador les hizo creer que son todos hermanos unos de otros, una vez que como transgresores han negado a los dioses helénicos y adoran, en cambio, a aquel sofista suyo empalado, y viven conforme a sus leyes. Desprecian, pues, todas las cosas por igual, y todo lo tienen por común, y todo esto lo aceptan sin prueba alguna fidedigna. Así pues, si se presenta a ellos un charlatán, conocedor de los hombres y que sepa manejar las cosas, inmediatamente podría hacerse muy rico, embaucando a gentes idiotas.[vi]
Crescente, filósofo cínico. Frontón, tutor del emperador Marco Aurelio. Luciano de Samosata, célebre satírico. Apuleyo, Galeno y Elio Arístides citan a los cristianos pero solo de pasada y con poca sustancia. La intelectualidad romana consideraba, es razonable inferir, el movimiento cristiano como un tema poco digno de estudio; de baja estofa. Síntoma del desinterés y el desdén, entiendo, son los pocos y superficiales estudios de la totalidad del pensamiento romano del segundo siglo. Una excepción documenta la historia: Celso.

La erudición.
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                            En el recuento de las arremetidas contra los cristianos imposible es omitir el pensamiento de Celso, “Intelectual pagano que hacia el año 178 publicó… el Discurso verdadero”. [vii] El vigor de su ataque al cristianismo fue registrado por Orígenes en su Contra Celso, la versatilidad, potencia y extensión de los embates de Celso contra los primitivos cristianos merece una descripción más fina que rebasa la ambición de este escrito.
Porfirio:
Fue discípulo de Plotino. Conoció de joven a Orígenes y poco después del año 270 escribió quince libros Contra los cristianos, que es el ataque más feroz contra el cristianismo y el más inteligente. La problemática que plantea es todavía objeto de discusión en el siglo XX fue el fundador de la exégesis bíblica al negar la paternidad de Moisés del Pentateuco. Su obra fue prohibida por Constantino y quemada en el siglo V por Valentiniano III y por Teodosio II […] Porfirio ataca el nacimiento original de Jesús, pues casos parecidos se documentan en todas las mitologías. Señala las contradicciones existentes entre las dos genealogías de Jesús y entre la huída a Egipto y el episodio del templo a los doce años. Denuncia las contradicciones de los evangelios, principalmente en los relatos de la pasión. Rechaza la resurrección por basarse en el testimonio de mujeres. Cristo debió aparecerse al sumo sacerdote o a Pilato. Ataca a los evangelistas por inventarse sucesos para demostrar que en la vida de Jesús se cumplen las profecías del antiguo testamento. Unos milagros son inventados, y otros son cuentos. Los magos también pueden resucitar a los muertos.[viii]
Grandes como mazos fueron los ataques al temprano cristianismo. De muchos y distintos caminos llegaron, ávidos, sus enemigos, La sofisticación o la fiereza de los golpes no fueron suficientes para derribarlo. Calificaré esta fortaleza de extraña. Quedarme en este juicio sería insensato. ¿De qué manera esta caterva, esta plebe, esta chusma persistió a su tiempo? ¿Qué oscuro mecanismo utilizó el cristianismo para rebasar a sus detractores? ¿Qué movimientos históricos determinaron que esta umbría turba configurara todo el devenir occidental en el Medioevo? ¿O será que colocar al cristianismo en sus orígenes en el lumpen de la sociedad romana no es del todo adecuado? ¿Cómo es posible que esta horda, esta turba haya rebasado a la sociedad, la intelectualidad, y la legislación de su tiempo?


[i] Blázquez, J.M. “La reacción pagana ante el cristianismo” en Alvar, Jaime; Blázquez, José María et al, Cristianismo primitivo y religiones mistéricas ed. Cátedra, Madrid, 1995. P.160.
[ii] Cecilio en Blázquez, J. M. p. 158.
[iii]  Blázquez, op.cit. p.160.
[iv] Cayo Plinio en Blázquez, J.M. p. 168.
[v]  Blázquez, op.cit. p. 169.
[vi] Luciano en Blázquez, J.M. p. 170.
[vii] Blázquez, op.cit. p. 171.
[viii] Blázquez, op.cit. pp. 186-187




Bibliografía

Blázquez, J.M. “La reacción pagana ante el cristianismo” en Alvar, Jaime; Blázquez, José María et al, Cristianismo primitivo y religiones mistéricas ed. Cátedra, Madrid, 1995. pp. 157-188.


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